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Ser cristiano no es ser “fans de Jesús” sino dar testimonio de Jesucristo.

Este tiempo que Dios nos regala, está cargado de novedad, hemos de estar muy abiertos a llenarnos de ella.

En nuestros días hay muchos que viven del pasado, sumergidos en una nostalgia opaca que nos lleva a pensar que tiempos pasados fueron mejores, y donde lo único que cabe es la parálisis. Ciertamente a veces todos sufrimos parálisis, caemos en el  inmovilismo que nos lleva a reproducir esquemas arcaicos de comportamiento, es decir, pensar-hablar-actuar siempre de la misma manera. Podemos entonces afirmar que no hay mayor pobreza que esta, vivir en un pasado permanente.

No podemos vivir así, de brazos cruzados, los cristianos no podemos ser “inmovilistas trasnochados”. Oímos con frecuencia justificaciones del estilo “a mí nadie ni nada me puede cambiar”, “esto siempre lo hago así”, “esto es así de toda la vida”, en definitiva un cómputo de numerosas falacias que pretenden justificar nuestra grave irresponsabilidad y falta de compromiso en la transformación de este mundo de la que nos habla el Señor en el Evangelio.

Jesús ha venido a cambiar nuestras vidas, a transformar nuestros corazones con su gracia, hemos de abrirnos a Él, dejar que haga de nosotros un instrumento de su amor.

Los cristianos hemos de vivir mirando al pasado, con una mirada agradecida a Dios, que a lo largo de la historia ha ido tendiendo la mano amiga al hombre, ofreciéndole su perdón y su gracia.

La novedad del encuentro, tratarle como Amigo -ORACIÓN , testimoniarle con la vida –LIMOSNA-.

Hay quien entiende erróneamente que Jesús es meramente un personaje del pasado, un hombre revolucionario que cambió el ritmo de la historia pero que nada tiene que decirme hoy. Es muy grave que algunos vivan tratando a Jesús como a un cantante del que se es fans, del que se tienen pósters, y al que se acude sólo a los conciertos en determinada fecha al año.

El papa Francisco nos lo recordaba a las afueras de Roma en su visita pastoral a la Parroquia Santa Maria en Seteville de Guidonia: “Hay muchos cristianos que confiesan que Jesús es Dios, ¿todos dan testimonio de Jesús?”, preguntó. Para algunos “ser cristiano es como un modo de vivir, como ser un fan, o tener una filosofía” pero, sin embargo, “ser cristiano antes que nada es dar testimonio de Jesús”.

No vivamos al margen de la fe, quedándonos con sucedáneos, un pseudo-dios mudo a la medida del bolsillo, un dios mundano, paralizados creando una religión a la carta.

Hemos de dedicar más tiempo a nuestra formación espiritual, a cuidar nuestro encuentro con Jesús vivo, con su Palabra, …, la Cuaresma es ese tiempo propicio para el encuentro con Él, te invito a ello.

Cada día nos ofrece la posibilidad encontrarnos con Jesús el amigo que nunca falla, que siempre nos espera paciente. ¿Dónde? –podemos preguntarnos- en ningún otro sitio como en el Sagrario, donde está real y substancialmente presente. Por medio de los sacramentos particularmente la Eucaristía y la Confesión, el Señor sale a nuestro encuentro para darnos su gracia que nos purifica del pecado, nos fortalece e impulsa en la tarea siempre nueva del oficio de amar. En el encuentro con los hermanos, especialmente con los ancianos, los enfermos y los pobres.

Ser cristiano es dar testimonio de Jesús, para testimoniar algo es necesario vivirlo. La oración nos hace vivir en la presencia de Dios, será nuestra principal aliada en la Cuaresma y durante todos los días de nuestra vida.

La Cuaresma quiere traerte esa novedad para tu vida: que te encuentres con Jesús, y le testimonies con tu vida. La limosna en la Cuaresma es expresión de nuestra vida transformada en el encuentro con el Señor, por tanto no es limosna dar de lo que me sobra, no es dar tanto –mucho o poco- sino darme y entregarme por completo, dar de lo que estimo necesario para mí.  Negarse a uno mismo por el bien de los hermanos, especialmente por los más pobres y necesitados.

Vivir en el presente, mirando hacia el futuro con esperanza.

Os invito a vivir el hoy con intensidad, -no como sino hubiera mañana-, sino con la certeza que nos da la fe, de sabernos en la presencia de Dios que nos ama con entrañas de misericordia. Recibiendo el día como un don, un regalo, una oportunidad para transformar nuestro mundo, comenzando por nuestro hogar.

Mira por un momento tu casa, tu familia,…, cuanto amor de ellos hacia ti y tuyo hacia ellos, la Cuaresma es tiempo de agradecer a Dios. ¿No es nuevo que cada mañana puedas agradecer a Dios tanto amor?

También aparecen dificultades en el seno del hogar cada día, no te aísles, no busques escondites, no busques evadirte de la realidad, vívelas desde Dios. El carácter propio cuídalo, sácalo de la soberbia y la apatía, asume la realidad tal cual es. Cuantas discusiones, malas palabras, enemistades, odios, rencores, celos, …, todo en casa. La enfermedad de un ser querido, la muerte de un familiar, también aparecen cuando menos te lo imaginas.

El dolor, por el mal propio o ajeno, es una oportunidad que se nos ofrece para asumir la realidad, y dar el paso firme de poner el bálsamo del amor, que todo lo cura, eso si mirando al futuro con esperanza. Sabiendo que Dios nos tiene preparado un cielo y una tierra nueva donde habita la justicia, donde no hay lugar para el llanto o el luto, donde no hay dolor sino paz y alegría eterna. Ese es nuestro horizonte la Pascua eterna.

Miremos como Dios mira el mundo, con misericordia,  con la esperanza de la salvación que viene a traernos. Mirad el futuro, sabiendo que cada día puede ser más justo, más humano y fraterno, poniéndonos manos a la obra, saliendo de nuestras parálisis con la ayuda de Dios, de su perdón, de su gracia.

Como síntesis, os invito hacer vida el evangelio Mc 2, 1-12.

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…» Entonces le dijo al paralítico: «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.» Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual.»

La “casa” (la Iglesia)  de Jesús ofrece:
– La Palabra,
– sanación, y
– el perdón, algo exclusivo que hasta el momento es de Dios.

Para ello el evangelista nos lo representa en este relato mediante un milagro y una controversia con los maestros de la ley, que son los que están sentados, instalados en su posición, en su verdad y, en contraste con los cuatro portadores y el enfermo que tienen fe, no una fe teórica religiosa sino una confianza manifestada en las acciones.

Jesús nos da una lección. El enfermo espera una sanación y se encuentra con que Jesús le habla de una salud integral. Empieza perdonándole sus pecados, que es lo que nos paraliza ante tantas cosas. Nos creemos que “pecado” es hacer daño al otro, y tenemos que resarcir al otro de ese daño. Pecado es una actitud contraria al bien de la persona. Cuando uno peca, se daña, en primer lugar, a sí mismo; no hace falta que nadie le castigue. Ya se ha castigado él mismo.

El daño al otro no es el pecado, sino la consecuencia del pecado. Pecado es una acción y actitud que me deteriora como ser humano. Una confesión que tiene en cuenta sólo el acto y no afecta para nada a la actitud, será inútil. Esta falsa concepción del pecado, es la que nos impide entrar en la dinámica del evangelio. La justicia humana trata de reparar un daño que se ha infringido a otro, y no puede ir más allá. Eso para Dios no tiene sentido. Por eso el Dios de Jesús busca al pecador que es el verdaderamente dañado, impedido, muerto, para sacarle de esa situación de inhumanidad.

Por ello, de una persona tumbada, inútil, Jesús hace una persona en pie, responsable de sí misma. Que esta Cuaresma sea para todos una oportunidad para vivir un encuentro vivo con el Señor Resucitado vencedor del pecado y de la muerte, que nos lleve a testimoniarle durante la Pascua para la que nos preparamos.

A todos os aseguro mi oración diaria, reciban mi afecto y bendición,

+ Mariano Escobar Crespo, Pbro.

Vuestro Párroco y Director Espiritual

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